En el modesto hogar ubicado en el sector Lleupeco se destaca una pieza textil singular: un trariwe con colores vibrantes y una faja alargada que, lejos de haber sido solicitada o formar parte de un encargo estipulado para la colección patrimonial, surgió de manera espontánea. Ángela Calfulaf España, de 42 años, madre de dos y casada, se había comprometido a confeccionar tres piezas, pero este ejemplar, medio enrollado en la ventana, emergió de una necesidad expresiva tras su retorno de Santiago, luego de visitar el Museo Nacional de Historia Natural. Durante esa visita, seleccionó la trilogía de piezas que ahora reinterpreta en su telar.
El trariwe, considerado una prenda emblemática de la cultura textil mapuche, posee una historia que se remonta aproximadamente al año 1300 d.C. Se han hallado fragmentos de estos tejidos, realizados en lana de llama, en el sitio de Alboyanco, en La Araucanía. Más allá de su valor estético, porta un rico contenido iconográfico y social, simbolizando la identidad femenina y actuando como afirmador de la fertilidad. Tal relevancia se refleja en las Memorias del Cacique Pascual Coña, donde se destacan los diversos motivos y figuras plasmados por las mujeres, desde cruces y triángulos hasta representaciones de animales y figuras humanas, cada uno contando historias personales y comunitarias.
Especialistas destacan que el trariwe otorga un estatus distintivo en todas las etapas de la vida de las mujeres, siendo conocido como una prenda parlante que narra relatos profundos para aquellos que saben interpretarlo. En una jornada húmeda de julio, Ángela, a través de una transmisión por celular desde la colina que alberga su vivienda, nos guía en esta experiencia. Junto a la diseñadora Claudia Bobadilla y una experimentada tejedora, se analizan los matices y significados del cinturón. La maestra, al observar el tejido, comenta con convicción que la pieza reúne múltiples pensamientos, por lo que la identifica como la “espiga de oro”, evocando comparaciones con lecturas de tarot o interpretaciones simbólicas como la borra del café.
La artesana, al recordar sus orígenes, relata la visita de una anciana chamán de casi 90 años, una antigua tejedora, quien le confirió su trariwe en calidad de préstamo. Con palabras llenas de sabiduría, la anciana le dijo: ‘Mamita, aprende esto, porque te servirá en el futuro’. Esa enseñanza marcó el camino de Ángela, quien con el tiempo llegó a costear una camioneta con las ganancias de sus tejidos y se encuentra hoy planeando ampliar su modesto taller, el cual ha sido adaptado incluso destapando el techo para instalar su telar.
En la misma casa, acentuada por el frío que se cuela por un vidrio roto, la conversación se torna a la tradición y la pureza de los símbolos. La experimentada tejedora subraya que, en tiempos pasados, las piezas se confeccionaban con medidas específicas para respetar necesidades, como durante el embarazo, y lamenta cómo la modernidad y el comercio han dado lugar a productores que poco honran la autenticidad y el significado sagrado de estas creaciones, como el lukutuwe, un dibujo antropomórfico que simboliza “el lugar donde se arrodilla” y que está íntimamente vinculado a las celebraciones tradicionales como el guillatun.
Ángela, quien cursó estudios hasta el octavo básico y lamenta no haber podido formarse profesionalmente, confiesa que tejer es el motor de su vida. A pesar de sus responsabilidades familiares —su hijo mayor estudia en una escuela interna y su pequeño de 5 años asiste al jardín—, su pasión por el telar se mantiene inquebrantable. Proveedora de la Fundación Artesanías de Chile y encargada de pedidos particulares, reconoce con humildad y convicción que el tejido le ha brindado todo lo que es hoy.
Autor: Jorge Rojas